Desde que a mediados de los años noventa conocí el nombre completo de mi padre, desde que supe a grandes rasgos cuando, como y donde fue que lo mataron, me dediqué intensamente a buscar los rastros y las pistas en el presente que me condujeran a conocer o hacerme siquiera una imagen de quien había sido Jacinto Alonso Saborido, a quien llamaban gallego o Aníbal.
Ese camino en pos de mi pesquisa me condujo primero a los archivos de los periódicos, a los sótanos de Tribunales, a las bibliotecas. Pero lo más importante en ese camino fue el encuentro con la gente. El primer encuentro con la familia de mi padre, con distintas personas que me ayudaron de los organismos de Derechos Humanos y sobre todo con los ex- compañeros.
Cuando a comienzos del año dos mil conocí a Roberto ya tenía yo un largo trecho recorrido.
Pensé cuando le vi, que tal vez si mi viejo viviera sería como él. Será por el físico, los eran más bien bajos de estatura, se prestaban la ropa me dijo Roberto, en realidad mi viejo se prestaba su ropa, los con bigotes, aunque en los setenta casi todos usaban bigotes. En fin tal vez era sólo mi deseo, el de querer que sea así.
Roberto fue para mí lo más parecido a mi padre que me pude imaginar. ¿Cómo hace uno para imaginar a una persona desde una foto en blanco y negro? ¿Cómo hace uno para adivinar sus gestos, su tono de voz, su mirada, una sonrisa?
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