Mittwoch, 28. Mai 2014

Amor fraterno



¿Adónde ir a llorarte
cuándo no tenemos
un cementerio?
 
Ay! qué tristeza
si hasta
los muertos
tenemos lejos.
 
Por eso hoy entré
en la iglesia
que me queda cerca.
 
Evoqué tu nombre
hermana mía
encendiendo en el altar
una vela.
 
¡Cómo no extrañarte
hermanita!
Si compartimos
hasta el útero materno.
 
A veces, creo verte
por un instante
en la mirada, la sonrisa
o un gesto de mi hija.
Vuelves de nuevo.
 
Otras, andamos juntas
en sueños
recreando juegos
y canciones infantiles.
 
¿Sabés? lo que más me duele,
es que casi no recuerdo tu voz.

Te agradezco tanto
hermana mía
por acompañarme,
un tramo de mi camino.

Gracias por tu dulzura,
tu ternura y cariño.
Gallega

Sonntag, 11. Mai 2014

Quebracho colorado


Santiago del Estero
tierra de madera
noble y dura:
quebracho, algarrobo
y mistol.
 
Mi madre,  buena
santiagueña tiene el alma
de quebracho colorado
madera resistente
como los durmientes
del ferrocarril.
 
Ella sigue firme,
pese a todo lo pasado,
pese a que intentaron
hacharla,
partirla en mil pedazos.
 
Sigue en pie todavía,
no se ha quebrado.
Yo tampoco.
María Ester

Sonntag, 4. Mai 2014

El ocaso del sol en el mar

Camogli, punto panorámico.
 

Estacionamos el auto en el estacionamiento frente al cementerio de Camogli, era el único lugar disponible, pese que era de mañana temprano estaba ya todo ocupado. Cruzamos en frente y subimos por la angosta acera, íbamos pegados al muro del cementerio, atravesaños el portal, estaba abierto y eché un vistazo de reojo, siempre me causaron curiosidad estos sitios, desde niña. Justo al lado de este campo santo, se encuentra un punto panorámico, con bancas de madera, desde lo alto se aprecia los cerros manchados con sus casitas, el horizonte abierto del mar, el faro, el muelle con las barcazas de los pescadores que reposan, los ferris con turistas que van y vienen.
Me llamó la atención ver allí a una mujer solitaria, sentada en una banca, tenía el pelo corto y blanco, cutis un poco bronceado, con las marcas de la edad, tendría entre setenta y pico a ochenta años, quizás. Llevaba un saco tejido sobre los hombros, falda hasta la rodilla, zapatos de abuela. Ella estaba serena, con la mirada fija en el horizonte, ni nos hizo caso cuando pasamos con los chicos por su lado.
Al atardecer, volvimos a este sitio, subimos los peldaños agotados de pasar el día en la playa, al llegar al punto panorámico, allí estaba todavía la dama solitaria mirando el horizonte, parecía que no se había movido del lugar, ella quieta, la misma expresión en su rostro.
Pensé en ella durante todo el camino de regreso a St. Margherita, mientras zigzagueábamos por los cerros. ¿A quién estará esperando?, ¿o será que ya no espera a nadie, sólo se queda allí mirando pasar el tiempo y esperando el ocaso del sol en el mar?, ¿será que cuando uno ya se hace mayor y no tiene más de qué ocuparse o a quién atender lo único que nos queda es el ir y venir de los recuerdos?
¿Hasta dónde llegarán sus recuerdos? ¿Recordará alguna escena de su infancia o el chico aquel de quien se enamoró por primera vez, tal vez recordará su primer beso o su primer desengaño? ¿O vendrá a su mente la mañana en que contrajo matrimonio o en que nació su hija mayor? ¿O  tal vez recuerde las sonrisas y juegos de sus hijos, la boda de su hija mayor o el momento en que tuvo el honor de sostener en sus brazos a su primer nieto? ¿O serán las despedidas que ocupen su tiempo? Las despedidas de sus amores o de sus mayores, de su gente, uno a uno ¿A quiénes habrá visitado en sus sepulturas?
Yo espero que antes de que mi pelo se vuelva blanco, como los de esta dama, acumular suficientes recuerdos que me alumbren y me abriguen en las tardes, que me dibujen una sonrisa o me suelten lágrimas o simplemente me quede así serena, tranquila conmigo misma y con todo lo vivido, como esta dama de Camogli, que pasa el día mirando al horizonte, sentada en una banca, esperando el ocaso del sol en el mar. 

La dolce vita

Camogli. Foto: EW
Salimos en coche el sábado a las siete de la tarde, travesamos en la noche de norte a sur toda Alemania, pasamos por Austria, cruzamos los Alpes en Suiza de madrugada con una fuerte lluvia, pasamos los tres grandes lagos Maggiore, Commo y Lugano y arribamos a Milano a las 7 de la mañana, luego bajamos por la autovía en dirección a Génova y de ahí Liguria, finalmente antes del mediodía llegamos a la St. Margherita de Luguri.
La Riviera del Levante: Portofino, Camogli, St. Marguerita, Rapallo, Recco, el Mar de Liguria en todo su esplendor y la brisa del mar. Es primavera, el clima agradablemente cálido, todo florecido, casas antiguas pintadas de terracota, bahías con barcazas de pescadores, por momentos parece que uno está en los decorados de una película italiana de los años sesenta.
Los italianos sí que saben disfrutar la vida, la mejor pizza del mundo en horno de leña, el Chianti más delicioso de la Toscana, el fresco vino blanco de Cinqueterre, los helados que son un verdadero pecado, el espresso lungo manchiatto que se puede tomar a toda hora. Es la vida que se disfruta en cada sorbo, en cada bocado.
Creo que Jacinto mi padre si me viera me acusaría de tener el alma de una pequeña burguesa. Él pobre no podía darse el lujo de disfrutar un sándwich de jamón crudo sabiendo que había gente que pasaba hambre.  Pero yo al cabo de los años, mientras esté viva, disfruto por él, por todos y me quedo con la frase de Roberto, su ex compañero que lo resumió de esta manera: “Por qué ser un pequebús si se puede ser un gran burgués”.