Camogli. Foto: EW |
Salimos en coche el sábado a las
siete de la tarde, travesamos en la noche de norte a sur toda Alemania, pasamos por Austria, cruzamos los
Alpes en Suiza de madrugada con una fuerte lluvia, pasamos los tres grandes
lagos Maggiore, Commo y Lugano y arribamos a Milano a las 7 de la mañana, luego
bajamos por la autovía en dirección a Génova y de ahí Liguria, finalmente antes
del mediodía llegamos a la St. Margherita de Luguri.
La Riviera del Levante: Portofino,
Camogli, St. Marguerita, Rapallo, Recco, el Mar de Liguria en todo su esplendor
y la brisa del mar. Es primavera, el clima agradablemente cálido, todo
florecido, casas antiguas pintadas de terracota, bahías con barcazas de
pescadores, por momentos parece que uno está en los decorados de una película italiana
de los años sesenta.
Los italianos sí que saben
disfrutar la vida, la mejor pizza del mundo en horno de leña, el Chianti más
delicioso de la Toscana, el fresco vino blanco de Cinqueterre, los helados que
son un verdadero pecado, el espresso lungo manchiatto que se puede tomar a toda
hora. Es la vida que se disfruta en cada sorbo, en cada bocado.
Creo que Jacinto mi padre si me viera me
acusaría de tener el alma de una pequeña burguesa. Él pobre no podía darse el
lujo de disfrutar un sándwich de jamón crudo sabiendo que había gente que
pasaba hambre. Pero yo al cabo de los
años, mientras esté viva, disfruto por él, por todos y me quedo con la frase de
Roberto, su ex compañero que lo resumió de esta manera: “Por qué ser un pequebús si se puede ser un gran
burgués”.
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