Todavía recuerdo cuando en los noventa fui al Registro de las Personas en calle 1 y 60 de la ciudad de La Plata a solicitar una copia de mi partida de nacimiento. La empleada en la mesa de entradas, una mujer de unos sesenta años de edad con el pelo corto rizado, delantal, anteojos y pintura en los labios, al tomarme los datos del documento, me miró y me dijo: —este libro de registro es de los hijos de la subversión. Me quedé mirándola fijo atónita, sin poder creerlo. Evidentemente, ella sabía de lo que hablaba. Mi madre era presa política al momento de mi nacimiento y a los hijos nos anotaban en un libro móvil del registro que llevaban a la Unidad 8 de Olmos. Cuando esta mujer me trajo la copia certificada, le contesté:- Hijos afectados por el Terrorismo de Estado, habrá querido usted decir. Si eso, los hijos de la subversión, insistió.
Hubo un tiempo que las madres y las abuelas eran las locas de Plaza de Mayo y nosotros unos pobrecitos. Habrán pensado que íbamos a crecer llenos de enojo, rencor y resentimiento. O tal vez, que íbamos a ser personas amargadas, sin amor y sin luz. Sin embargo, no fue así, no les dimos el gusto. Por eso a mí me alegra tanto cuando veo a los compañeros que se destacan en su profesión o disciplina artística. Cuando reescriben su historia de múltiples maneras y con distintos medios como la fotografía, el dibujo, el cine, la escritura, la danza o la poesía. Esa es nuestra victoria y desde el cielo nuestros padres sonríen a vernos.
Gallega/ 12.10.2016
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