Tengo un gancho con la gente mayor en
Alemania, una llegada especial que hace que en poco tiempo, aunque soy una
desconocida y extranjera, me terminen contando sus vidas. Yo los escucho
atenta, sobre todo a las mujeres. Pienso si llegaron tan lejos, seguramente
tienen algo para enseñarnos.
Un ejemplo, recién una mujer de unos
noventa años en el supermercado, me contó mientras esperábamos en la fila que
estaba engripada, pero que otra no le quedaba que salir a comprar. Me mostré
interesa y se acercó para explicarme que su marido está más enfermo que ella.
Leucemia tiene, me dijo susurrando a modo de secreto. Pero que él —me
aclaró—conserva el buen humor, está siempre contento, nunca triste. Hace
chistes. Y yo estoy feliz de que aún esté con vida, me confesó. Y además, me
dijo que él todavía le cocina. Por eso, es que ella hoy le lleva flores de
regalo y preguntó a la cajera por unos bombones que no había encontrado en los
estantes: Mon Chéri. No hay caso, el amor es simple, no le demos vueltas.
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